Cerró sus oídos y apartó la vista lejos de la muchedumbre.
El viento azotaba sus mejillas, como si quisiera arrebatarle
una caricia que envidiaba, más el calor se calaba por su piel,
y calentaba un corazón que latía al descompás.
Si alguna lágrima cayó, el huracán del sentido presentese la llevó,
dejándola desprovista de recuerdos que anhelar o tristezas que sentir.
Se encontraba en el mejor punto en el que una persona puede hallarse,
el ahora… el presente… en consonancia con el alrededor y externo mundo,
formando parte de un mismo universo.
¿Por qué llorar? ¿Por qué lamentarse, aunque la pena dispone de razón? – Se preguntó.
Y la respuesta vino sola… quizás el mismo viento que quiso llevarse una caricia suya,
la arrastró hasta sus entrañas, intentado arrancarle una sonrisa que su rostro pedía a gritos.
Se levantó y retrocedió aquellos pasos que un rato antes había dado para alejarse del mundo,
quería seguir sintiendo el viento, mirar ascender a los pájaros, caminar entre esa
muchedumbre… pero sintiéndose parte de ella. Quería ser una pieza más del maravilloso
puzle que todos conformamos y así, eligió figurar su vida en cada momento, con cuerpo
alma y consciencia, en cada toma de aire.
Los viejos fantasmas, los metió en una cajita que llevó a aquel lugar en el que solía pensar.
Los soltó dejándoles volar alto y así, ambos se sintieron libres por fin...
el viento dispuso de ellos, llevándolos lejos, muy lejos de allí.
Mariajo Pepa.
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